jueves, 8 de mayo de 2008

EXITO

Mi agente llama a las siete de la tarde. El timbre del teléfono me despierta. Recostado en la cama, desnudo, hablo con ella.
- No te enfades, Jon, tengo muy buenas noticias, noticias buenas de verdad -dice ella, mi agente, Mireia, una mujer de cuarenta años que representa a uno cuantos grupos de rock españoles y sudamericanos, ninguno digno de ser recordado el año que viene.
- Joder, no sabes cómo me duele la cabeza -protesto yo, y cierro los ojos y hago una mueca, pero sigo con el teléfono pegado a la oreja.
- Calla, calla, no te lo vas a creer. He estado esta mañana en la compañía, les he llevado la grabación que me diste la semana pasada. -ella suelta una carcajada-. ¡Les ha encantado! -grita, eufórica, su voz aguda atraviesa mi tímpano-. Tus últimas canciones les han gustado mucho a los productores, Jon, de verdad, no veas la cara que se les ha quedado cuando las han oído. El señor Milar ha llegado incluso a aplaudir, sí, allí en medio del estudio, con todos los jefazos de la empresa alrededor. Al verle, los otros también han aplaudido y han dicho que aquello era muy bueno, que tu música tenía muchas posibilidades. Tenías que haberlo visto. ¡Ha sido increíble! ¡Maravilloso!
Me muevo incómodo en la cama. A pesar de la resaca, del dolor de cabeza, del pastoso cemento que es mi saliva, sé que lo que me está diciendo Mireia es en verdad muy importante.
- ¡Puede ser tu primer gran éxito! -me grita-. He estado toda la mañana hablando con ellos. ¡Toda la mañana, Jon! Eso no lo hacen muy a menudo, créeme, te lo puedo asegurar. Sí, de verdad, he estado toda la mañana en el despacho del señor Milar, concretando detalles y todas esas cosas. Se les veía muy contentos con tus canciones, nada que ver con la otra vez, cuando les presenté tu primer trabajo. Ahora sí que parecían creer de verdad en el proyecto.
Asiento, me revuelvo en la cama, miro a mi izquierda y veo un paquete de cigarrillos. Hago un esfuerzo y cojo uno. No encuentro el mechero. Me quedo con el cigarrillo en los labios y busco al otro lado, en la cama, a mi derecha.
- Podemos sacar mucho provecho de esto, Jon, ya lo verás.
En ese instante descubro a una chica durmiendo en la cama, junto a mí. No le veo la cara, sólo su espalda desnuda, su nuca y el largo pelo rubio que cae sobre la almohada. La chica duerme tranquilamente. Ni rastro del mechero.
- Ahora lo importante es aprovechar el momento -sigue diciéndome Mireia por teléfono-. Lo que no podemos hacer es desaprovechar esta oportunidad, eso tienes que tenerlo claro. Los ánimos de los productores cambian tan rápido como el viento.
La chica de mi derecha parece bastante atractiva, aunque soy incapaz de recordar su rostro, ni uno solo de sus rasgos. Tampoco me preocupa demasiado y, tras dedicarle una última mirada, vuelvo a apoyar la espalda en la pared y otra vez exploro visualmente la mesilla en busca de un mechero.
- No es la primera vez que uno de estos productores cambia de opinión de un día para otro. No sabes tú cómo son. En una ocasión tenía un grupo de rock que les encantó en la primera presentación. Pero en la segunda, cuando ya íbamos a firmar el contrato, empezaron a decir que eran demasiado comerciales, monótonos, que no tenían personalidad. Casi nos echaron a patadas del despacho, muy finamente, eso sí, pero a patadas. Una semana después me enteré que justo ese día habían encontrado un grupo nuevo, muy potente. ¿Sabes quiénes eran? -pregunta, pero no me da tiempo ni a pensar una respuesta, cosa que tampoco hago, la verdad-. Pues eran los Juventud Agónica, supongo que te sonarán.
- Sí, claro -asiento, y entonces me acuerdo del cigarrillo que aún cuelga de mis labios, sin encender. Lo cojo y lo dejo sobre la mesilla.
- Este es nuestro momento, nuestra gran oportunidad, Jon, de verdad. Sólo te he llamado para darte la buena noticia, para que te vayas preparando. Ahora tengo que hacer unas cuantas llamadas, resolver unos asuntos, pero te vuelvo a llamar dentro de un rato y te lo explico todo mejor. ¿Me has entendido? Te llamo en media hora, o en una hora, y volvemos a hablar. - vuelve a reírse-. ¡No te lo vas a creer! ¡Es tu gran oportunidad! -dice, tan animada que dudo de si es mi gran oportunidad o la suya.
Acabamos de hablar. Cuelgo el teléfono y me quedo quieto, la espalda apoyada en la pared, la vista fija al frente en la cristalera que lleva a la terraza de mi ático. La chica que hay durmiendo a mi lado gime en sueños. Miro el ventanal. El atardecer se ha extendido por la terraza, tiñendo de dorado las plantas y flores que abarrotan los jarrones. Todo aparece en calma, quieto, ni siquiera un soplo de aire.
Dejo de mirar la terraza, echo un vistazo a la chica. Sigue durmiendo profundamente, su espalda encorvada, los hombros alzándose con cada respiración. Decido ponerme en pie. Camino por la habitación sin hacer ruido. Miro en un sitio y otro, pero no encuentro mis calzoncillos y no tengo ni la menor idea de donde los dejé al llegar a casa, anoche. Tampoco recuerdo mucho de lo que sucedió antes de que me deshiciera de los calzoncillos. No recuerdo la fiesta a la que fui, la gran fiesta de presentación de una nueva revista de moda. No sé que hice durante toda la fiesta, no consigo acordarme de con quién estuve. La noche de ayer no existe, como si un gran agujero negro se hubiese abierto en mi memoria, en mi cerebro, y hubiese absorbido todos los recuerdos, las imágenes, los sonidos. De la noche de ayer no queda nada.
Rebusco por la habitación, no encuentro ni los calzoncillos ni el pijama ni el pantalón, así que acabo abriendo el armario y cogiendo unos pantalones deportivos cortos, azul marino. Mi cintura no da para tanto pantalón y la costura se desliza hasta topar con el borde de mis caderas. Mi barriga parece vacía, sin nada dentro, sin estómago, sin vísceras, sin comida. Tampoco recuerdo si ayer cené alguna cosa o no.
Hace calor en el dormitorio. Salgo al comedor. Es una gran estancia abierta, la cocina al fondo, el salón al otro, la cristalera que da a la terraza ocupando toda la pared entre ambos.
A través del cristal descubro a Julia, sentada afuera en una de las sillas de mimbre de la terraza. Ella también me mira, fumando un cigarrillo con gesto serio. Da una calada sin alterar un ápice su dura expresión, la cual no presagia nada bueno.
Camino hasta la puerta de cristal y paso a la terraza. Julia me sigue con la mirada, dando otra calada. Está muy guapa con los dorados rayos del atardecer cayendo sobre su cabello oscuro. Su rostro permanece envuelto en sombras, sólo sus ojos castaños, grandes, felinos, iluminan sus facciones. Va vestida con un pantalón rojo, muy brillante, y una camisa blanca. Julia es mi novia, o algo parecido, yo la quiero y creo que ella me quiere a mí. Nos conocemos desde hace más años de los que puedo recordar. Desde el instituto, cuando yo era un mal estudiante que se pasaba el día soñando despierto y ella era una aplicada alumna con media de sobresaliente.
- ¿Cuántos años tiene la putita esa? -me suelta como saludo en cuanto llego a su lado. Pensaba inclinarme y besarla en la mejilla. Sus palabras, frías y cortantes como el puñal de un asesino, hacen que me detenga a medio gesto. Me quedo de pie, delante de su silla de mimbre.
- Oh, la has visto -digo y me vuelvo brevemente hacia la cristalera y miro el interior de la casa, quedándome mirando como un idiota la puerta que conduce al dormitorio.
- Pues claro que la he visto -dice ella y arroja la colilla al suelo y deja que el cigarrillo acabe de consumirse sobre las baldosas de piedra-. No soy tan estúpida como te crees -sigue diciendo-. Nadie es tan estúpido. ¿Qué te pensabas? ¿Acaso creías que no vi el numerito que tú y la putita montasteis en medio de la pista de baile? Por favor. -esboza una mueca de asco y se gira y saca otro cigarrillo del bolso-. Fue patético, asqueroso, lo más cutre que he visto en mi vida. -enciende el cigarrillo y da un par de caladas sin despegar su despreciativa mirada de mí.
Tardo unos segundos en responder. Trato de pensar una excusa, una disculpa, algo coherente. Mi cerebro no está por la labor y sólo puedo murmurar palabras inconexas.
- Verás, lo siento, es que, la bebida, y la mierda que me pasó Luís, pues, no sé, todo fue muy extraño.
- Oh, vamos, cállate -corta ella-. No quiero ni oírte. En realidad no sé ni que estoy haciendo aquí, por que pierdo el tiempo hablando contigo. Estoy cansada de ti, muy cansada-. Hace una pausa, da una calada, expulsa el humo-. Eres patético -dice sin dejar de mirarme.
- Lo siento, Julia, de verdad. -mi cerebro se recompone lo suficiente para articular unas cuantas palabras seguidas-. Siento lo de anoche, no sé que me pasó. Supongo que bebí demasiado y que no pude evitar ponerme a hacer tonterías.
La respuesta de ella llega como un aluvión.
- Ya no eres un niño, ya no tienes veinte años. Si quieres seguir emborrachándote y haciendo el imbécil y liándote con niñitas monas y follándotelas y creyendo que eso es lo mejor que puedes hacer, pues adelante, disfruta de tu popularidad, disfruta de la fama, disfruta de tu éxito. ¿No es eso lo que siempre has querido? ¿Éxito en la música, éxito con las chicas, éxito con la gente, éxito en la vida? Perfecto, ya empiezas a lograrlo, ya estás rozando la cima. Disfruta, pásatelo bien, pero a mí déjame en paz. -hace una pausa muy breve antes de terminar-.Olvídame y, por favor, no vuelvas a llamarme. -tira el segundo cigarrillo al suelo y se pone en pie, dispuesta a irse.
- Espera, Julia, espera -trato de retenerla-. Por favor, no te vayas, déjame que te lo explique todo. -me interpongo en su camino, cogiéndola por los hombros. La miro directamente a los ojos. Me cuesta un horror sostener su mirada, severa y llena de desprecio-. Julia, soy un idiota, tienes razón, soy un gilipollas, un imbécil. Pero no te vayas, por favor.
Ella tarda un segundo en responder:
- Vamos, Jon, no lo estropees aún más. Ya fue asqueroso verte anoche como para que ahora hagas aún más el ridículo. Me voy, empieza a aceptarlo -dice y me aparta a un lado y cruza la terraza y entra en la casa.
La sigo dentro, como un niño llorando detrás de su madre. Tropiezo con el borde de la puerta y caigo torpemente al suelo, de rodillas. Soy un estúpido. Ella abre la puerta.
- Julia, no te vayas. ¡Julia! -la llamo.
Tardo unos segundos en lograr ponerme en pie. Cuando por fin lo logro ella ya ha salido del apartamento y cerrado de un portazo.
Me quedo plantado en medio de la sala, la cocina a un lado, el comedor al otro, la cálida brisa estival entrando por la puerta de la terraza. Miro la puerta de entrada, la puerta por la que ella se ha ido, y casi espero que ella vuelva, reaparezca, y corra a abrazarme y a besarme y...
La puerta no se abre y yo dejo de mirarla al cabo de un minuto.
- Hola.
Alguien habla a mi espalda. Me doy la vuelta y me encuentro con una completa desconocida. Hay una chica apoyada en la puerta de mi dormitorio, totalmente desnuda a excepción de unas finas bragas negras. Es una chica muy guapa, alta, delgada, el cabello rubio, largo y sedoso. Su piel es muy clara, sus ojos azules me miran con un brillo divertido. Por su cara no puede tener más de dieciséis años, aunque expone su desnudez con una naturalidad y una seguridad que chocan para su juventud.
- Hola -vuelve a repetir ella con voz dulce y melosa-. Ojala que todo esto no sea por culpa mía.
Esperaba que al ver su cara recordaría algo de lo sucedido anoche. No es así. Me da la impresión de que no había visto a esta chica en toda mi vida.
- Si quieres me voy ahora mismo -dice ella y no deja de sonreír y sus ojos brillan como si estuviese viendo algo muy gracioso-. Lo último que quiero es crearte problemas.
- No, tranquila, esto no tiene nada que ver contigo -le digo, sin poder evitar volverme hacia la puerta y comprobar que sigue cerrada, que Julia no ha vuelto.
- ¿Era tu mujer? -pregunta la chica de las bragas negras.
- No, no es mi mujer -respondo y dejo de mirar la puerta y camino hasta la cocina-. Es mi novia, o al menos lo era hasta ayer -abro la nevera y cojo una botella de agua-. Lo era hasta anoche -rectifico y doy un largo trago.
- Vaya, lo siento. Yo no quería que te pasase nada malo. -la chica deja la puerta y se acerca hasta mi lado-. Estoy sedienta, ¿sabes? ¿Me das un poco de agua? -pide y posa su mano sobre mi hombro izquierdo. Le tiendo la botella, ella da un sorbo y me la devuelve.
- Gracias. -su mano no se aparta de mi hombro.
La miro, ella me mira. Sus ojos son preciosos, toda ella es preciosa, perfecta, tan bella como el sol del atardecer sobre los edificios de la ciudad.
Su mano sigue acariciando mi hombro, entonces se desliza con suavidad a mi cuello. Sus dedos rozan mi piel como una bufanda de seda. Siento un escalofrío.
- No te preocupes, tú no tienes ninguna culpa -le digo y me vuelvo hacia ella y paso mis manos alrededor de su cintura-. Todo es culpa mía. -le doy un beso en el cuello. Ella se echa hacia atrás y se apoya en el mueble de la cocina. Nos apretamos. Mis manos recorren su espalda, noto cada una de sus frágiles vértebras, siento el cándido tacto de su culo, siento como ella me besa la frente, luego la mejilla, luego los labios.
- Oh, Jon -murmura ella.
Yo le bajo las bragas con una mano mientras la otra busca entre sus piernas.
- Oh, sí, Jon.
Ella me baja también los pantalones.
No pienso en que Julia se ha ido, ni en que puede que no vuelva, ni que soy un jodido imbécil, ni que no quiero perderla, ni que no quiero perderla porque entonces el que acabará perdido soy yo, y no pienso en ella y no pienso en ella. La resaca sigue dándole vueltas a mi cabeza, y siento un mareo, y tengo una arcada. Pero a pesar de todo, mi polla se pone tiesa como la de un cerdo demasiado estúpido como para notar que la mano que le acaricia no es otra que la de un gordo criador de ganado.
Entonces follamos. La chica grita. Yo gruño. Y para mí, es la primera vez que estoy con esta chica a la que no había visto nunca.

Vuelvo a la cama, después de tomar una larga ducha. La chica se está vistiendo, sentada a mi lado, y me mira mientras se calza unas sandalias rojas.
- ¿Ya te vas? -le pregunto, aliviado por no tener que hacer ningún numerito para echarla de casa.
- Sí, es muy tarde -dice ella-. Tengo que volver, mi compañera de apartamento estará preocupada. -acaba de calzarse y se pone en pie-. En fin, me voy. -me mira y vuelve a sonreír.
- Oh, vaya -digo, aunque pienso, oh, bien.
- Ya nos veremos, si quieres, ¿vale?
- Claro, ya nos veremos.
Ella me lanza una última mirada divertida y se da la vuelta y sale de la habitación. Un segundo después oigo la puerta cerrarse. La segunda mujer que se va esta tarde. Hoy todo el mundo parece deseoso de irse de aquí.
Me quedo tumbado en la cama, tan cansado como si un trailer de diez mil toneladas me hubiese pasado por encima una veintena de veces. Cierro los ojos y al momento veo a Julia, su rostro.
Ella me mira y frunce el ceño con enfado.
Abro los ojos. Lo último que necesito es ponerme a pensar en ella. No, no quiero pensar en ella. Debo reducirla a un punto inexistente dentro de mi cerebro, hacer de ella un recuerdo sin importancia. Si me esfuerzo puedo hacerla desaparecer.
Ella, tumbada a mi lado en la cama, su mano acariciándome la frente, sus labios, el olor de su cabello, húmedo después de una ducha, tan fragante como campos de flores recién regados.
No, no quiero pensar en ella. No quiero.
La espalda de ella, un segundo antes de que la puerta se cierre, un segundo antes de irse.
Entonces suena el teléfono, como acudiendo en mi ayuda. La imagen de Julia es borrada de mi pensamiento. Me doy la vuelta en la cama y veo como el teléfono vuelve a sonar. Me pregunto si será ella.
- ¿Si?
- Jon, soy Mireia, tengo más noticias.
Definitivamente, hoy no tengo suerte.
Murmuro algo. Mi agente no me oye y se pone a hablar a toda prisa, soltando las palabras como un torrente:
- Ya está casi todo cerrado. He hablado con la compañía, otra vez, esta tarde, y hemos empezado a redactar las condiciones del nuevo contrato. ¡Son unas condiciones muy buenas, Jon! ¡Esta vez sí que te van a ofrecer un buen contrato, casi de un número uno! Incluso hemos empezado a hablar sobre la promoción y todo eran buenas intenciones. Si todo funciona bien, la compañía montará una gira por todo el país y por Sudamérica. ¡Va a ser un éxito, Jon, un auténtico éxito!
Su voz suena aguda y chirriante a través de la línea telefónica.
- Éxito -repite ella.
Me dejo caer en la cama, el auricular en la oreja, Mireia gritando emocionada.
- Hemos de ponernos a trabajar enseguida, no podemos perder esta oportunidad, hay que presentarles algo serio cuanto antes. ¿Qué más tienes grabado? Dime ¿tienes alguna de las canciones ya acabada?
- Bueno, no todavía, faltan algunos arreglos -respondo con desgana. Estoy nervioso, Mireia está nerviosa, todo son nervios, pero aún así siento como si todo esto no fuese real, como si no estuviese sucediendo, como si no me importase en absoluto aunque puede que sea el momento más importante de mi vida. Bostezo, estoy cansado, tengo sueño. Es el momento más importante de mi vida y yo tengo sueño.
Mireia ha seguido hablando, sin parar, no he oído lo que ha dicho. Reengancho sus palabras:
- El lunes tenemos una reunión. Para ese día hay que llevarles algo nuevo, alguna de las canciones ya acabada y pulida, algo que les deje con la boca abierta. El lunes hay que hacerles una propuesta seria, con cara y ojos. ¿Qué me dices, te ves con fuerzas para trabajar duro todo el fin de semana?
- Sí, tengo muchas ganas de ponerme a trabajar -asiento.
De esta forma, quizás, no piense en ella.
- Bien, Jon, lo vamos a conseguir, pero tienes que hacerlo muy bien. Lo que les llevemos el lunes ha de ser espectacular, algo nuevo, eso que sólo tú puedes hacer. Has de demostrarles que eres el mejor, que eres un genio, que no se equivocan confiando en ti.
Aquí estoy, hablando con mi agente, decidiendo mi futuro profesional. Aquí estoy, y no pienso en ella.
- Mañana quiero que te encierres en tu estudio y te pongas a trabajar a lo bestia. Todo el fin de semana, sin parar, hasta que no tengas alguna de las canciones completamente acabada. Has de hacerlo, Jon, has de tomártelo en serio.
Sigo tumbado, el auricular apoyado en el hombro, la espalda recostada en la pared. Sólo hay silencio y mi agente no deja de hablar.

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