sábado, 17 de mayo de 2008

LA CHICA BANZAI

La nacional 322 se extendía en la llanura entre Albacete y Linares durante kilómetros y kilómetros. El paisaje era una inmensa nada de tierras resecas, algún arbusto y poco más. Los coches y los camiones cruzaban aquella tierra de nadie, día y noche, sus motores rugiendo al viento, alejándose.
El Camino era un restaurante en el margen derecho de la carretera, justo pasado el punto kilométrico ciento cincuenta y siete, a doce del pueblo más cercano. Era una gran casa rural, de paredes de piedra blanca y ventanales de madera lacada. Los dos primeros pisos albergaban el restaurante y la cocina, mientras que el tercero era la casa de la familia León, los dueños del restaurante.
El padre era Juanma, un hombre canoso de cincuenta y cinco años, no muy alto, algo rechoncho y de un malhumor que era legendario en los alrededores. Se ocupaba de la cocina, siendo el jefe de los tres cocineros que trabajaban en el restaurante.
María era su mujer, algo más joven que él, también bajita y regordeta, el pelo teñido de rubio en una voluptuosa permanente. Ella servía las mesas, su amabilidad y simpatía compensando en cierta manera su algo huidiza memoria.
El matrimonio tenía cinco hijos; cuatro chicos y una chica. De los cuatro varones, dos se habían ido a Madrid a estudiar en la universidad. Los otros hijos habían tenido que permanecer en el restaurante, ya que el dinero de la familia no daba para pagar tanta residencia y tanta matrícula y tanto viaje.
Borja era el mayor de los hermanos que se habían quedado. Era un chico de veinticinco años, alto, delgado, serio y tímido. Pasaba la mayor parte del día en el despacho del piso superior, llevando la contabilidad del local y haciendo cuadrar las cuentas. Cuando el tiempo se lo permitía, cogía la bicicleta y se perdía durante horas por los alrededores. Era un fanático del ciclismo, toda su habitación forrada de pósters y fotos de Indurain y Perico Delgado.
Nacho era el siguiente, veinte años, alto, bastante guapo, pelo castaño y ojos oscuros. Ayudaba a su padre y a los otros cocineros en la preparación de las comidas. No se le daba mal la cocina, pero su cabeza solía estar perdida en otras preocupaciones y su falta de atención solía sacar de sus casillas a su padre. Entre sus preocupaciones solían estar las numerosas chicas de Pedregal con las que mantenía algún tipo de relación, sexual en la mayoría de los casos.
- ¡Laura, Laura! -la madre entró en la cocina llamando a gritos y buscando con la mirada entre el vapor de las sartenes y las ollas sumía en una neblina la estancia. El olor de una decena de preparados diferentes se mezclaba en un profunda esencia; carne a la brasa, estofado, lentejas a la Riojana, huevos fritos, pescado al horno.
- ¿Qué pasa? -preguntó el padre, asomando la cabeza tras uno de los estantes y con un bote de especias en la mano.
- ¿Laura, dónde está Laura? -preguntó de nuevo la madre-. Llevo buscándola media hora y no aparece por ningún sitio. ¡Las mesas no se sirven solas! -exclamó la mujer y, dando un fuerte empujón, abrió la puerta y salió de la cocina al comedor principal-. ¿Dónde se mete esta chica siempre que la necesito? -siguió protestando en voz alta, enviando a su otro hijo Borja a la cocina a buscar más platos.
Laura estaba en el aparcamiento, subida a la cabina de un enorme trailer de veinte toneladas con destino Francia. La chica se hallaba en ese preciso momento cabalgando sobre la abultada barriga del conductor, la falda negra caída en el suelo, las piernas abiertas, las rodillas sobre el asiento, moviendo rítmicamente las caderas y cerrando los ojos y emitiendo un leve quejido con cada una de las embestidas de la polla del camionero.
- Oh, nena, oh, nena -gemía éste, echado hacia atrás en el asiento, viendo como aquella preciosidad de chica le montaba salvajemente. Ella era una muchacha de dieciocho años, delgada y no muy alta, el pelo castaño recogido en una larguísima trenza y unos ojos claros que brillaban bajo unas largas pestañas.
- Oh, oh, oh -el camionero tuvo que cerrar los ojos para no correrse instantáneamente.
Ella seguía agitándose lentamente sobre él, sobre su polla, los ojos cerrados, la mano derecha acariciándose el rostro, mordiéndose el dedo índice, concentrándose en llegar al orgasmo.
- Eres preciosa... lo mejor... Lo mejor que me ha pasado nunca -balbuceó el hombre y alargó una mano para, a través de la camisa que aún vestía ella, acariciarle los senos.
La chica apartó la mano sin ninguna delicadeza y la sujeto contra el asiento. Sin abrir los ojos ni variar su expresión, cabalgó más intensamente, saltando sobre él, literalmente. Una decena de sacudidas más y la chica mordió con fuerza su dedo, soltando un leve gemido al lograr correrse.
- Sí, sí, nena -siguió diciendo el camionero, arqueando la espalda y preparándose también para llegar al clímax.
Entonces ella abrió los ojos y dejó de moverse.
- ¿Eh, qué pasa? -preguntó extrañado el camionero.
Ella no respondió. Con gesto serio miró durante un momento el fofo y húmedo rostro del hombre, la incipiente calva salpicada de goterones de sudor. Al instante, la chica se levantó y se separó de él.
- ¿Qué haces?
Laura le obvió y empezó a ponerse las bragas y la falda.
- ¿No me irás a dejar así? -el camionero le agarró del brazo y tiró de ella para hacerla volver hacia él, hacia su engrandecido miembro que aún aguardaba en máxima tensión.
La chica movió con rapidez su mano y agarró la polla del hombre. Él se quedó quieto, sorprendido. Mirándole directamente a los ojos con gesto hastiado, la chica agitó el pene violentamente, una, dos, tres veces.
- No hagas... -empezó a decir el hombre pero, antes de poder terminar la frase, gorgoteó de placer al eyacular abundantemente sobre el techo y la tapicería de la cabina.
Laura soltó el pene y aprovechó la ocasión para abrir la puerta del camión y saltar fuera. A paso rápido, y acabando de abrocharse la falda, se internó entre los otros camiones aparcados de vuelta al restaurante. El hombre permaneció en el asiento de su vehículo, aturdido, el miembro menguando, flácido, la tapicería manchada de grumos blancos, el espeso olor a sexo y semen flotando en la cabina.
Laura Leon, dieciocho años. La única hija de la familia y la más pequeña de los cinco hermanos.
- ¿Se puede saber dónde te habías metido? -María recibió con gritos a su hija nada más ésta apareció en el restaurante. La chica saludó con la cabeza y se apresuro en ponerse el pequeño mandil alrededor de la cintura.
- Estaba arriba, en casa, tenía que hacer una llamada -respondió la hija con tono frío y entró en la cocina.
- No puedes desaparecer así como así. –su madre la siguió, sin dejar de gritar mientras portaba una pila de diez platos sucios-. Te lo he dicho mil veces, no se puede dejar las mesas sin atender, y menos aún si te vas sin decirle nada a nadie.
- Sí, mamá. Lo siento -asintió Laura.
- No, no basta con decir que lo sientes. Tu hermano y yo hemos tenido que ocuparnos de tus mesas. Los clientes estaban muy enfadados.
- Sí, mamá -volvió a afirmar la hija cogiendo varios platos de la encimera y leyendo la nota que indicaba a que mesa iban dirigidos.
- Ya eres mayorcita para seguir comportándote como una cría. -su madre siguió abroncándola a la vez que cogía otro par de platos-. Ya no tienes doce años para ir haciendo lo que te dé la gana.
- Sí, mamá. -Laura se dirigió hacia la puerta.
- ¡Y no me digas que sí todo el rato como si fuese una vieja loca! -bramó la madre a su espalda.
- ¡¿Se puede saber qué coño pasa?! -gritó entonces el padre sin levantar la mirada de la olla de legumbres que removía enérgicamente con un cucharón de palo-. ¡No quiero oír ni un solo grito más! -siguió removiendo, enfurecido.
- Esta niña se está ganando unas buenas zurras, como cuando era pequeña -dijo la madre.
- Sí, mamá. -Laura empujó la puerta con la cadera y salió al comedor. Contoneándose ligeramente, llevó los platos hasta la mesa donde dos camioneros esperaban hambrientos la comida. La chica colocó los platos y se disculpó por el retraso. Los hombres respondieron con amplias sonrisas y observaron sin ningún disimulo a la muchacha mientras ésta se apresuraba en atender otra mesa.

A las seis de la tarde Laura dejó el restaurante y subió a su habitación. Tenía descanso hasta las nueve, hora en que empezaba el turno de noche y en que se volvía a llenar el salón de viajeros que paraban para cenar.
Su cuarto era una habitación entre los dormitorios de los sus dos hermanos, tan pequeña que apenas había espacio para una cama y un armario. La ventana al fondo mostraba el frío paisaje del atardecer sólo roto por los faros de los coches que atravesaban la llanura.
Laura se dejó caer sobre la cama y encendió la radio. Mientras escuchaba el final de una canción instrumental, observó con ojos soñolientos la pared y la ventana y el cielo gris que se volvía negro por momentos y todos esos coches que pasaban ante el restaurante y se alejaban a toda velocidad para perderse en el horizonte.
- Bueno, bueno, bueno -apareció la voz del locutor, superponiéndose a la melodía-. Ya va llegando la noche y por ahora hemos logrado emparejar a muchos de nuestros oyentes para que pasen esta noche juntos. Sí, tú también puedes conseguir una cita para hoy y pasar una velada maravillosa. Hoy es sábado por la noche, no puedes quedarte en casa. -el presentador estaba muy animado, hablada de forma tan exagerada que su alegría resultaba deprimente - Sólo tienes que llamarnos, no lo pienses más, Es sábado por la noche ¿Qué quieres hacer? -preguntó y soltó un corto grito de júbilo-. ¿Qué quieres hacer esta noche? -repitió aún más alto-. ¿QUÉ QUIERES HACER ESTA NOCHE? -su voz atronó en la radio y seguidamente empezó una nueva canción.
Sólo quiero irme de aquí.
Laura dio media vuelta y quedó tumbada de costado.
Sólo quiero irme de aquí, a donde sea.
Pensó en apagar la radio, pero sólo el gesto de estirar el brazo le resultó agotador. De modo que cerró los ojos y se vio obligada a escuchar la canción.
- ¡Y tenemos una nueva llamada! -reapareció la efervescente voz del locutor partiendo la canción por la mitad-. ¿Hola, qué quieres hacer esta noche? -saludó a gritos.
- Hola, Miguel, soy Marta - respondió una chica, apenas una adolescente.
- Hola Marta, ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas?
- Muy bien, Miguel, muy bien.
- ¿Y qué quieres hacer esta noche?
- Pues no sé, me gustaría conocer a alguien, a algún chico -dijo la niña con nerviosismo.
- Oh, eso está muy bien, muy bien. ¿Y cómo quieres que sea tu príncipe azul?
- Pues un chico simpático, alegre, que le guste ir al cine. No sé, que sea de mi edad, catorce o quince. Pues eso, un chico majo, y si es un poco guapo pues mejor.
- ¿Así que un chico majo y guapo?
- Sí, eso estaría bien.
La música subió de volumen.
- ¡Ya lo habéis oído, chicos! -gritó enfervorizado el locutor-. aquí tenemos a Marta que busca a un chico para pasar una noche divertida. ¿A qué esperas? Llama ahora al programa y pídele una cita. ¿Quién sabe? Quizás surja aquí el amor, quizás sea tu pareja perfecta. Venga, levántate de la cama y llama. ¡LLAMA! ¡¿QUÉ QUIERES HACER ESTA NOCHE?!
Laura permaneció inmóvil, tumbada en la cama, empequeñeciéndose.

A las ocho y media salió de su habitación y recorrió el pasillo hasta el cuarto de baño. Al pasar frente a la puerta de su hermano Nacho la abrió y miró dentro; la cama revuelta, el suelo lleno de cómics y carátulas de grupos de rock duro. Laura cerró y fue hasta el lavabo. Se deshizo de la falda, la camisa y la ropa interior. Encendió el grifo de la ducha y espero a que el agua se calentara. Tomó una ducha rápida, lavándose el pelo y el cuerpo, frotándose especialmente en el bajo vientre y en el pecho. Salió del baño y se envolvió en su albornoz. Se secó el pelo con una toalla y salió del cuarto de baño para ir a su dormitorio. Se vistió allí; ropa interior blanca, limpia, pantalones negros, camisa azul, zapatillas deportivas. Volvió a cruzar el pasillo para regresar al baño. Acabó de secarse el pelo y se peino, desenredándolo. Luego tardó cinco minutos en hacerse la trenza, atándola al final con una cinta negra. Usó una mano para desempañar el vaho del espejo. Miró su reflejo y sacó su neceser del armario. Usó un poco de lápiz de ojos para ensombrecer sus pestañas, luego pintó con un leve tono rojizo sus labios. Se miró otra vez al espejo y pareció conforme con lo que veía.
Bajó al primer piso. Su padre y los cocineros ya estaban trajinando en la cocina. Tan sólo había ocupadas un par de mesas del salón, pero pronto llegarían muchos más clientes. Laura se dirigió hacia la cristalera de entrada y miró el aparcamiento de afuera. Estaba vacío a excepción de un par de camiones. El coche de Nacho no estaba. Laura se volvió hacia su madre que se encontraba en el mostrador, tecleando en la caja registradora, contando los billetes y preparando monedas para el cambio.
- Mamá, ¿dónde está Nacho?
- Se fue hace un rato, al pueblo -respondió la madre, sin levantar la mirada, atenta a las cifras y concentrada en marcar correctamente los precios.
- Oh, mierda, le dije que me esperase -se quejó Laura-. Yo quería ir al pueblo hoy. Maldito imbécil.
- No hables así de tu hermano -la censuró su madre-. Él tiene la noche libre y puede hacer lo que le dé la gana, pero tú has de quedarte aquí. Las mesas no se sirven solas -sentenció y, tras recoger las monedas del cambio, se dirigió hacia uno de los clientes que esperaba en la barra.
- Ya sé que las mesas no se sirven solas -murmuró enojada Laura y se dio la vuelta para subir las escaleras. Volvió al piso superior, entró en su habitación.

A las once y media Laura consiguió escaparse al aparcamiento trasero, acompañada de un joven camionero Pakistaní. La noche había sido muy ajetreada en el restaurante, centenares de viajeros, limpiar mesas, servir platos, recoger platos, volver a limpiar las mesas otra vez. Laura cruzaba el salón una y otra vez, de la cocina a las mesas, de las mesas a la barra, de la barra a la caja, de la caja a la cocina, y así sucesivamente, sin pausa. El tumulto de las voces y el tintineo de los cubiertos resonaba en la cámara como las gotas de lluvia al caer sobre un techo de contrachapado. Laura servía más platos, asentía, recogía las escasas propinas, limpiaba mesas y preparaba nuevos manteles de papel. Y sólo pensaba en Nacho que se había ido, su hermano que la había dejado allí, en otra horrible noche en aquel restaurante de mierda.
- Vamos, hija mía, que se te va el santo al cielo -le gritaba su madre cada vez que la descubría parada, de pie, apoyada en la barra o en la puerta de la cocina sin hacer nada, sin atender ninguna mesa.
Laura se dejó guiar por el chico pakistaní y juntos atravesaron el extenso aparcamiento. El hombre la llevó hasta su camión, aparcado en la oscuridad entre dos trailers de transporte internacional.
- Ver mi camión, muy bonito -sonrió el chico, el hombre, treinta años, bajito y delgado, tez oscura, labios gruesos, pelo muy corto, negro, al igual que los oscuros y grandes ojos que la miraban con cierta ansiedad.
- Sí, está muy bien tu camión -asintió Laura y subió a la cabina cuando el chico abrió la puerta.
- Muy cómodo, muy cómodo, incluso cama para dormir. -el pakistaní mostró orgulloso el ridículo y diminuto lecho que se abría detrás de los respaldos de los asientos y en donde apenas podría dormir un niño de dos años.
- Sí, muy cómodo -dijo Laura sentándose en el catre y acariciando el duro y sucio colchón-. Ahora ven aquí, conmigo -invitó al camionero, agarrándole del cinturón y tirando de él.
El pakistaní resoplaba nervioso. Sus pantalones arrugados alrededor de los tobillos, junto con los calzones. Su boca no cesaba de besar y lamer el cuello de Laura mientras con las caderas seguía propinándole fuertes acometidas. La chica restaba con las piernas abiertas, sintiendo como él entraba y salía, sintiendo el fuerte olor a sudor del hombre, sintiendo el duro y frío contacto del colchón sobre su espalda.
El camionero musitó unas ininteligibles palabras y se derramó dentro de ella. Laura cerró los ojos y sintió como el cálido esperma se desbordaba por su ingle. Ni siquiera había llegado a correrse.
Un camión atravesó la carretera, veloz como el diablo, un coche se cruzó en su camino, saliendo de un camino lateral. El camión lo evitó invadiendo el otro carril. Su claxon sonó durante un segundo, alejándose.
Era sábado por la noche.

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